Reflexión de Mercedes Ruiz Luque publicada en la revista Bienaventurados del mes de junio de 2020.
¿Qué es un puente? Es aquello que conecta y une dos lados. Estos lados pueden estar separados por ríos, calles, vías o lo que sea. Y el puente sirve para comunicarlos; ese es el sentido de su existencia.
Los seres humanos estamos hechos para vivir en sociedad, y una de nuestras mayores necesidades es la de vincularnos con los demás. Sin embargo, sin darnos cuenta, muchas veces nos vamos distanciando y terminamos quedando separados por anchos ríos de egoísmo e indiferencia. Nos centramos solamente en lo que nos importa a nosotros y nos aislamos, nos convertimos en islas vivientes.
¿Cómo podemos llegar a ese punto de olvidarnos de los demás? ¿No somos mucho más felices cuando nos comunicamos con el otro, lo miramos a los ojos y logramos hablar de corazón a corazón? Cuando compartimos nuestras alegrías, ¿no se potencia nuestra felicidad? Y cuando compartimos tristezas, ¿no se hacen mucho más llevaderas nuestras cargas?
Nuestros vínculos le dan un gran sentido a nuestra vida. Pensemos en cuán bien nos hace sabernos amados y valorados por nuestros seres queridos. Recordemos lo lindo que se siente cuando practicamos la empatía, la aceptación, la tolerancia, el respeto…
Propongo que, de ahora en adelante, asumamos siempre la misión de ser puente. En primer lugar, que podamos vincularnos de manera sana con nuestra propia interioridad. Que estemos conectados con lo que nos pasa, que sepamos aceptarnos y escucharnos. Porque quien no se acepta y escucha a sí mismo jamás podrá hacerlo con los demás.
En segundo lugar, que podamos tender puentes hacia quienes nos rodean. Sólo podremos amar si nos animamos a salir un poco de nosotros mismos para abrirnos a los demás. Porque uno no puede amar lo que no conoce. Y no se puede conocer al otro si antes no se le hace un lugar en la propia vida.
En este punto, también sería lindo ayudar a construir puentes entre los que están distanciados. Quizá por haber crecido en distintas culturas y con distintas creencias, quizá por diferencias de personalidades, de edades, etc. En estos casos, nuestra misión no sería meternos en el medio de la relación, pero sí aconsejar desde el amor.
Y, por último, que podamos llevar a todos al corazón de Dios. Como cristianos, estamos llamados a irradiar su luz en este mundo, a ser instrumentos de su amor y canales de su misericordia. Nuestra misión en este caso es ser puente entre Dios y los hombres, anunciando y llevando su palabra a quienes no lo conocen o a quienes están lejos.