Reflexión de Martina Carman, publicada en la Bienaventurados del mes de noviembre de 2020.


Mi espacio. Donde soy yo, donde me encuentro, donde me conecto. Siempre está. Conoce todo de mí. Mis momentos lindos, y mis llantos y angustias también. A veces reina el orden, pero más el desorden.

“Es lunes, vamos a arrancar la semana con un poquito más de claridad” me digo a mí misma para encontrar motivación y arreglar lo que mis días van dejando ahí, sin resolver, acumulado. Entonces, pongo mi playlist de Drexler y, entre baile y tarareo, tiendo mi cama, doblo mi ropa. 

¡Qué importante es la luz a la mañana! Dejar entrar luz. ¡Cómo disfruto el roce de la palma de mi mano con la cinta de la persiana! Hago un poco de fuerza y, de a poquito, empieza a entrar. Hacer fuerza para que la luz entre. Linda comparación con la vida, ¿no? Nuestra gran maestra. Aliada. “A cuánta luz, cuánta oscuridad. Es proporcional”, resuena en mi cabeza mientras escribo. Y con esa fuerza que viene de lo más profundo del interior, y dice “Sí, es por acá, vos seguí. Sin miedo, que de todo se aprende”, podemos hacer grandes cambios. Transformar tu sombra en luz. O mejor dicho, iluminar la sombra con tu luz.

El poder de la palabra

El poder de la palabra.
De cumplir con ella.
Respetarla.
Honrarla.
Guiarla a donde se merece ir,
hacia el lugar donde pertenece.
Frená, pensá, hablá.
Que cada cosa que salga de uno
valga la pena.
La palabra es un arma.
Tiene mucho poder y,
al usarla con sutil delicadeza,
puede penetrar en el pecho del otro.
Y, al penetrar, conectar almas.
O, por el contrario, desconectarlas.