Reflexión de Juan José Mayer publicada en la revista Bienaventurados del mes de agosto de 2017.
Nuevamente, es tiempo de elecciones en nuestro país y nos encontramos en medio de campañas legislativas; tiempo en el que escuchamos promesas, denuncias y riñas políticas en los medios. Un gobernante, dijo en una de sus homilías el papa Francisco, debe preguntarse “¿Yo amo a mi pueblo para servirle mejor? Si no se hacen esta pregunta, su gobierno no será bueno”.
En la carrera por ocuparse de lo público, es difícil distinguir en las figuras políticas ambiciones personales de una verdadera vocación de servicio; sobre todo cuando nos enfrentamos a personajes grises y a una “post-verdad”, en que lo que aparenta ser verdad es más importante que la propia verdad, y donde no hay un trabajo de aquellos por debatir ideas y colaborar con el bienestar de la sociedad sino por escalar en el poder. Y esto se refleja en los recientes movimientos en los partidos políticos, en los que evidentemente no importa el pensamiento sino acomodarse para no quedar fuera del “establishment”.
Aún falta, pero pienso que los argentinos fuimos creciendo en la conciencia del voto, aunque no en entender lo público como algo de todos, como un bien común. Resta involucrarse en donde los gobiernos aún no llegaron y colaborar asumiendo responsabilidades, como trabajar por la inclusión y la equidad social. Necesitamos entender que, aunque una mayoría elija a quienes administrarán los bienes públicos y trabajarán con políticas para afrontar las problemáticas sociales, el estado somos todos y cada uno tiene una responsabilidad que, en nuestro contexto, no puede reducirse al “Yo pago mis impuestos”.
La política es una forma de caridad, porque es servir al bien común. Podemos empezar rezando para que los gobernantes hagan bien su trabajo, con humildad, profesionalidad y transparencia; sin embargo, debemos continuar exigiendo a las autoridades una “ecología integral” (Laudato Sí, 156) que promueva el cuidado de la casa común, la aplicación de las normas y el control de la corrupción, para lograr una mejor convivencia, cordialidad y unión. Si los líderes políticos transmiten este mensaje acompañado de una gestión transparente, poco a poco la sociedad lo incorporará.
Es difícil tomar estas responsabilidades porque requieren compromiso, trabajo extra, esfuerzo y dejar de lado los intereses inmediatos; pero están al alcance y muchos se ocupan. Los cambios que esperamos en la política también dependen de cada uno de nosotros. Aunque no tengamos un cargo público, cada uno debiera preguntarse: ¿Qué hago para ayudar a cuidar la casa común? ¿Yo amo a mi pueblo?