Reflexión de P. Gonzalo Rebollo, vicario parroquial, publicada en la revista Bienaventurados del mes de marzo de 2018.
Hace un buen tiempo que el uso que hago del celular me genera preguntas. Durante las vacaciones, además de apagar el celular, leí un artículo en la revista digital Anfibia, de la Universidad Nacional de San Martín, que me hizo pensar. Les comparto algunas ideas que encontré ahí, otras que me surgieron y, por si les interesa, les dejo el link para que lo lean:
http://www.revistaanfibia.com/cronica/apaga-tu-telefono/
Comienza con una interesante definición de lo que es un celular con conexión a internet: “Un mundo de posibilidades en tu bolsillo para el que nadie nos preparó”. Las muchas utilidades están fuera de discusión, desde las aplicaciones que te permiten elegir la mejor ruta posible a un destino, pasando por las variadas conexiones con personas que están a miles de kilómetros de distancia, hasta el acceso a todo tipo de información.
Sin embargo, hay imágenes que me cuestionan y me hacen pensar. ¿Cuántas veces vemos personas caminando y cruzando calles con la mirada puesta en el teléfono? Conductores en autos ya ni siquiera hablando, que es peligroso, sino contestando mensajes. Amigos o familias reunidas alrededor de una mesa que, en lugar de hablar entre ellas, están absorbidas por sus teléfonos. Leés un libro, y contestás mensajes; ves tele, y contestás mensajes; estudiás, y contestás mensajes.
Vuelvo a decir que las utilidades son impresionantes. Pero algo nos pasa. A veces vivimos muy mal. Los autores del artículo que les mencioné dicen que “tenemos a muchas de las mentes más brillantes de este momento trabajando para que la app que estás usando sea cada vez más adictiva con notificaciones o mecánicas que te hacen pegarte a la pantalla”. Así como la industria del consumo a través del marketing es una máquina de crear falsas necesidades, el celular es también una máquina de generar falsas urgencias.
¿Cuántos de los mensajes que recibimos por Whatsapp demandan una respuesta inmediata? Todo tiene que tener respuesta ya. No hay lugar al tiempo, a pensar una respuesta. Por el contrario, eso a veces puede generar miles de suposiciones (¿por qué no me contesta?). Los autores llaman reciprocidad y aprobación social a ese fenómeno que explica, e incluso quizá condiciona, muchos de nuestros comportamientos con el celular: “Me clavó el visto”, “… ha abandonado el grupo”, “… ha sido eliminado”.
En el artículo sugieren algunas ayudas para que la tecnología no nos domine. Aunque parezca contradictorio, quizá lo primero puede ser bajar alguna de las aplicaciones que nos informan cuántas veces desbloqueamos el celular y qué tiempo invertimos en cada app (Quality Time). El hecho de no usar el teléfono como reloj también puede ayudar; de manera que, si queremos ver la hora, no haga falta mirar el teléfono ya que después sino perderemos cinco minutos revisando si entró algo. También podemos dejar de usarlo como despertador y no cargarlo en la habitación, de manera que el día no empiece ni termine en la pantalla. Otra opción es bajar alguna cantidad de notificaciones, de modo que no estemos abriendo el teléfono cada 20 minutos. El desafío en el fondo está en “usar” el celular en lugar de “ser usados” por él. Poder elegir cómo y cuándo usarlo.