Carta de nuestro párroco, P. Carlos Avellaneda, publicada en la revista Bienaventurados del mes de mayo de 2018. 

«Vivir lo cotidiano, orar con sencillez y hacernos disponibles».


Este mes celebramos la fiesta de nuestro querido San Isidro, el humilde labrador. La diócesis, el municipio y la parroquia llevan su nombre, se acogen a su protección y reciben el ejemplo de un hombre de familia, trabajador y creyente.

¿Qué actitudes cristianas quisiera resaltar aquí de San Isidro para que podamos vivirlas nosotros hoy? En primer lugar, su entrega en la vida cotidiana. La rutina del trabajo diario, las tareas hogareñas, el amor a su mujer y a su hijo, todo vivido con fidelidad. El testimonio de Isidro revaloriza la cotidianeidad como el lugar donde se gesta nuestra personalidad humana y creyente, donde maduramos como personas y avanzamos en el camino de la santidad. No son las experiencias extraordinarias las que nos hacen santos ni espirituales, sino las más ordinarias y habituales: la vida familiar, el trabajo y el estudio, nuestra relación con los amigos. Es allí en donde la vida nos ofrece la posibilidad de dar lo mejor de nosotros mismos y cuidar amorosamente a los demás. El deterioro de la convivencia cotidiana en el matrimonio, la familia y el trabajo es lo que nos conduce a rupturas, discordias y finales tristes. La condición de la felicidad es el cuidado de lo ordinario que se nos ha confiado.

En segundo lugar, San Isidro nos recuerda la importancia de la oración, que confiere a lo ordinario un valor singular y trascendente. Para quien ora, la vida se convierte en un don del Cielo recibido con fe, y se transforma en ofrenda que se presenta a Dios en la plegaria. El hombre que ora recibe la vida como un regalo y la convierte en un don para los demás, ofrecido con humildad a Dios. Todo adquiere así un significado nuevo, un valor trascendente, aun lo más sencillo y pequeño. Al ponernos ante Dios en la oración, Él nos hace sentir importantes y valiosos, bendiciéndonos y acogiendo lo que le entregamos. La oración de cada día es el contacto con el Padre amoroso que nos consuela y fortalece, nos recrea y nos re envía.

Finalmente, tomo de San Isidro este rasgo tan humano y cristiano: el santo es alguien muy querido por sus devotos y amigos. Ellos siempre narran sus muchos milagros y favores. Creo que los rasgos de una auténtica santidad se reflejan en nosotros cuando nuestros amigos reciben de nosotros favores, ayudas y pequeños milagros que los asisten en sus vidas; cuando recibimos su gratitud y nos convertimos en un lugar de referencia para ellos por algún bien que pudimos hacerles. ¿Somos queridos por los demás? ¿Pueden contar con nosotros? ¿Les hacemos bien y por eso acuden a nosotros? Nuestros pequeños gestos de amistad y solidaridad son esos milagros benéficos que sostienen a los demás y los hacen sentir acompañados.

Vivir amorosamente lo cotidiano, orar con sencillez y hacernos disponibles a los demás para “amilagrar” con favores sus vidas: esto es lo que San Isidro nos enseña. Demos gracias en estos días por tener un patrono tan sencillo y fiel. Pidámosle su intercesión por nuestras necesidades y estemos atentos para darnos cuenta cómo él nos hace llegar sus favores.

Les dejo mi cariño,
Padre Carlos