Reflexión de nuestro párroco, P. Carlos Avellaneda, publicada en la revista Bienaventurados del mes de noviembre de 2018. 

«El cristiano del futuro será un místico o no será cristiano».


Todos reconocemos estar inmersos en medio de una cultura secularizada. La energía y la mirada de los hombres están puestas en metas e inquietudes de este mundo. Los proyectos y las preocupaciones, así como las alegrías y las angustias, parecen quedar concentrados en motivos concretos, inmediatos y palpables. La vida de las personas parece transitar sólo por alternancias de logros y fracasos, de placeres y cansancios, de trabajo agotador y diversión compulsiva.

En contextos tan inmediatistas y sensibles, crece el papel de los medios de comunicación que llevan y traen los acontecimientos en tiempo real y en formato hipersensorial. La aceleración de las comunicaciones digitales está generando ansiedad en nuestros ritmos de vida y convivencia. Todos parecemos estar sometidos por apuros que nos apremian.

¿Cómo repercuten estos fenómenos en la experiencia religiosa? Los más afectados son los jóvenes, a quienes las prácticas de fe les resultan pesadas, aburridas y poco atrayentes. A los adultos católicos, especialmente a los sanisidrenses que asocian de manera indisoluble la fe con el ir a misa, les duele ver el alejamiento de hijos o nietos de la Iglesia. Pero hay muchos adultos que también abandonan la práctica religiosa por diversos motivos: los escándalos de la Iglesia (amplificados por la difusión mediática), el enojo con el Papa, o por no encontrar luz para sus confusiones ni vida para sus desalientos.

Hace unos años un gran teólogo alemán, Karl Rahner, decía: “La nota primera y más importante que ha de caracterizar a la espiritualidad del futuro es la relación personal e inmediata con Dios… Cabría decir que el cristiano del futuro será un ‘místico’, es decir, una persona que ha ‘experimentado’ algo o no será cristiano. Porque la espiritualidad del futuro no se apoyará ya en una convicción unánime, evidente y pública, ni en un ambiente religioso generalizado, previos a la experiencia y a la decisión personales”.

En San Isidro los católicos nos hemos acostumbrado a una religiosidad que en el pasado parecía ser más pública y compartida por la mayor parte de la sociedad. Los colegios católicos, la Catedral, las instituciones y asociaciones del municipio, todo nos hablaba de una cultura más o menos homogénea y con valores cristianos. Hoy no se respira “catolicismo” en nuestros ambientes; más bien, en muchos casos, “anticatolicismo”. Por eso creo que los cristianos hoy estamos llamados a vivir la fe de manera mucho más personal, sin apoyar nuestras certezas en las del entorno social, sino en una experiencia inmediata y personal de Dios. Dejar de ser meros católicos institucionales para ser cristianos místicos, como decía Rahner. Hombres y mujeres con una familiaridad íntima con Dios y un compromiso convencido con el prójimo.

Nuestra fe es un don recibido de Dios a través de nuestras familias, colegios y parroquias, pero como fe adulta sólo puede mantenerse viva si es fruto de una decisión personal. Ser cristiano debe ser para nosotros una decisión; no aquella que brota de la terquedad y el empecinamiento, sino del encuentro con el Señor que es fiel. “Sólo en Dios descansa mi alma, de Él me viene la esperanza. Sólo Él es mi Roca salvadora” (Salmo 62).

Que nuestra vida comunitaria en la Catedral nos ayude a hacer esta experiencia personal de Dios y así ser hombres y mujeres del misterio. Que podamos afirmar: “Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en Él” (1 Juan 4,16).

Un abrazo,
Padre Carlos.