Reflexión de Mercedes Ruiz Luque publicada en la revista Bienaventurados del mes de noviembre de 2018.
3 de noviembre: San Martín de Porres
El 3 de noviembre celebramos a san Martín de Porres, conocido también como “el santo de la escoba”. En las imágenes siempre se lo representa con este elemento, como símbolo de su humildad.
Martín nació en la ciudad de Lima, Perú, en el año 1579. Era mulato, hijo de un caballero español y de una negra libre panameña. En 1594 entró en la orden de los dominicos, en donde practicó los oficios más humildes y siempre puso las necesidades de los demás antes que las suyas.
A lo largo de su vida, realizó innumerables milagros y curaciones, a los que no daba importancia y trataba como si fueran cosas naturales. Sumado a eso, el estar siempre a disposición de los demás hizo que fuera visto como un hombre santo, a quien muchos acudían para pedirle ayuda y consejo.
San Martín de Porres fue un hombre manso y humilde de corazón, que consagró su vida a Dios a través del servicio, la humildad y el amor a los demás.
Ser como vasijas de barro
La palabra “humildad” viene del latín humilitas, cuya raíz es humus, que significa “tierra”.
Ser humilde no es tener baja autoestima. Al contrario, la humildad está relacionada con el amor propio, con reconocer lo que uno es y aceptarse incluso con las propias limitaciones.
Nadie es superior a nadie. Cuantos más dones tiene una persona, más debe esforzarse por ponerlos al servicio de los demás. Las virtudes no son para “creerse mil”. Porque, si se llega a ese punto, dejan de ser virtudes.
Por eso es conveniente ser conscientes de dónde venimos y de las oportunidades que tuvimos. Por más de que algunos logros sean en parte fruto de nuestro esfuerzo, debemos reconocer que siempre alguien nos primereó en algún sentido: tuvimos padres que nos estimularon desde temprano, algún amigo que nos enseñó determinada habilidad, un profesor que nos transmitió algún conocimiento con pasión, alguien que nos motivó a llevar adelante algún proyecto…
Y, lo más importante, tuvimos a alguien que nos amó primero; nos perdonó todo por anticipado; nos regaló una vida, una familia, amistades, dones para desarrollar, oportunidades para aprovechar. Ese alguien es Dios.
Todos los cristianos somos como vasijas de barro: somos frágiles y podemos quebrarnos fácilmente. Pero llevamos dentro de nosotros un tesoro: el Espíritu Santo, que nos habita y nos hace fuertes en la debilidad.
Por eso, en esta oportunidad les propongo que tratemos de ser conscientes de nuestras pobrezas y limitaciones humanas. De nuestro barro. Y ser conscientes, también, de que todo lo que tenemos es un regalo de Dios. Nosotros sólo somos instrumentos en su obra. Por lo tanto, todos nuestros esfuerzos y logros no deberían ser para gloria nuestra, sino para la de Él.
Que Dios, por intercesión de san Martín de Porres, nos conceda el don de ser sencillos y humildes de corazón.