Reflexión de Ignacio Rico publicada en la revista Bienaventurados del mes de mayo de 2019.
“¿De qué conversaban por el camino?” Lc 24,17
Recuerdo cuando me acompañaba con el hermano Pablo, un franciscano que me esperaba algunos sábados a la mañana con el mate y dos sillas bajo la sombra de un árbol. Ese entorno ya creaba el espacio para charlar de corazón a corazón, y poner en la mesa sentimientos, historias, temores y sueños. Volvía a casa con la certeza del encuentro, de experimentar la risa y alivianar lo que en la rutina me agrava, de que otro permita el milagro de poder hacer espejo de mi búsqueda, y de ir más allá de las respuestas caducas a mis preguntas perennes.
Hoy, mi percepción es que la góndola del acompañamiento o la asistencia es mucho más variada que hace unos años. Más allá de las tradicionales carreras de psicología o psiquiatría, emergen nuevas figuras como el tutor, mentor, counselor, consultor, coach… puede haber más. Creo que eso habla un poco de que hay más adaptaciones a lo que la persona necesita en cada momento y, al mismo tiempo y sobre todo, de lo enriquecedor que puede ser estar acompañado por alguien en un camino hacia lo desconocido cuando se trata de transitar procesos de crecimiento, duelos, o preguntas hondas. La incertidumbre es una inevitable compañera de camino en este tiempo de tanta amplificación de lo desconocido, de velocidad y de ansiedad por lo inmediato.
La incertidumbre suele bajar cuando hay certezas, proyectos concretos, toma de decisiones, o alguien que sé que me va a escuchar en mi proceso, y que va a “atajarme” en mis corcovos emocionales. A veces, ni siquiera una persona ajena al contexto más cercano sino los padres, hermanos o amigos tienen la fibra o el oficio para hacerlo de una forma que nuestro corazón confíe y se deje acompañar en lo desconocido. Porque de eso se trata casi en esencia: de experimentar que, en un proceso de cambio, puedo confiar en otro, puedo abrirme al dolor y, en ciertas partes del trayecto, dejarme guiar.
En clave más de acompañamiento espiritual, distinguiéndose ya de la tradicional dirección espiritual, encuentro que la fe cristiana se enraíza en un Dios amigo y compañero, que acompañó a su pueblo en el desierto, y que se ve muy nítido en la narración de los discípulos de Emaús. Estos caminaban frustrados y resignados cuando Jesús se les acercó como un peregrino y se puso a caminar con ellos escuchando profundamente su dolor, y permitiendo que lo integren a sus vidas. Jesús es un pedagogo en el sentido de que no busca que evadan su dolor inevitable, tan de moda en este tiempo también, sino que les asegura que a través de ese proceso está la esperanza de la resurrección.
Quizás otra novedad que el acompañamiento espiritual trae a formatos más recientes de acompañamiento sea la de la cercanía respetuosa de Jesús, que no se centra en resolver el problema inmediato del otro, sino que es más contemplativa de su misterio, para ayudar a desplegar el espíritu que habita al otro. Los discípulos no lo ven en el momento pero, a medida que el elemento confianza se consolida en el vínculo, lo invitan a cenar y descubren que ese compañero a fin de cuentas era su amigo Jesús, que había salido al encuentro de ellos para acompañarlos en su dolor y en su búsqueda esperanzada.