Reflexión de Esteban Mentruyt publicada en la revista Bienaventurados del mes de junio de 2020.
“Ansiedad de tenerte en mis brazos, musitando palabras de amor” se escuchaba cantar a Nat King Cole en uno de sus boleros, famoso entre la generación de nuestros abuelos, que describe un momento romantiquísimo… que todavía no llega. Y aunque su melodía era pegadiza, serena y agradable, nada transmitía acerca de todo lo que sentimos cuando nos invade, justamente, la ansiedad.
Para hablar de lo mismo: me refiero al sentimiento de inquietud, nerviosismo, preocupación, temor o pánico por lo que está a punto de ocurrir o puede ocurrir pero todavía no llega.
Sin irnos a extremos que necesiten intervención profesional, muchas veces (¡y tanto más ahora!) nos abruma esa sensación que mucho tiene que ver con lo que está viniendo inevitablemente a nosotros… pero a veces con demasiada lentitud.
Claro está que podemos sentirnos así por algún suceso futuro que sea agradable (terminar los estudios, llegar a un encuentro) o más bien desagradable (una vacuna, la sentencia de un juez (¡o profesor!)). También puede aparecer cuando esperamos impacientes que termine eso de lo que nos queremos escapar: situaciones laborales, una clase teórica que se extendió, etc. En cualquiera de los casos, no es un sentimiento en el que quisiéramos permanecer.
Pienso que la herramienta que nos ofrece Jesús para encontrar paz en esos momentos es la siempre bienvenida esperanza (la paciencia vendrá después). En primera instancia, si esperanza es “creer que algo bueno llegará pero todavía no”, esta nos quedaría corta para combatir la angustia de que ese momento no sea ahora. Sin embargo, esta buena virtud teologal propone más que sólo aguantar mirando un futuro más prometedor, cruzando los dedos para que nuestra suerte mejore. Ella nos regala hoy mismo un destino cierto como realidad positiva. “Quien tiene esperanza vive de otra manera; se le ha dado una vida nueva” diría Benedicto XVI en Spe Salvi.
La esperanza nos salva hoy.
Nos exhorta a vivir el presente de forma esperanzada, celebrando hoy mismo nuestra prometida realidad. Francisco nos alienta en Evangelii Gaudium diciendo “Nadie puede emprender una lucha si de antemano no confía plenamente en el triunfo. (…) ¡No se dejen robar la esperanza!”. No nos anima a dejar de luchar, creyéndonos prematuros vencedores, pero se pelea distinto cuando sabemos que la lucha no será eterna.
¿Nos imaginamos festejando hoy que la cuarentena tendrá un fin?
¿Podemos celebrar ahora que terminaremos, algún día, nuestros estudios o proyectos?
¿Cómo nos afecta el “Todo terminará bien” en nuestra rutina?
Los invito a hacer algún signo (una oración, sonreír, ¡lo que sea!) agradeciendo por aquello que todavía no se nos dio, pero que ya estamos disfrutando.